ARTÍCULOS DE OPINIÓN |
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Una de las cosas que se han puesto en evidencia, en el atentado terrorista del pasado día 11 de Septiembre en Nueva York, es que, cuando la religión se antepone a la vida, las consecuencias devastadoras de sufrimiento y muerte, que eso provoca, son imprevisibles. Los kamikazes asesinos, que pilotaron los aviones que se estrellaron contra las torres gemelas, cometieron semejante atrocidad porque su religión (tal como ellos la entendían) así se lo mandaba. Y el presidente Bus, cuando ahora no se cansa de repetir «Dios está con nosotros», para legitimar la agresión que prepara contra Afganistán, en realidad lo que está haciendo es responder a los terroristas con el mismo argumento que ellos han usado: en nombre de la religión se puede y se debe agredir a quien sea necesario aunque eso incluya quitarle la vida. Por supuesto, el presidente Bus defiende a su país, que ha sido brutalmente agredido. En todo caso, lo que está claro es que lo mismo los agresores que los que responden a la agresión, todos echan mano de la religión para justificar el hecho de matar. Otros le ponen el nombre de «justicia infinita». A fin de cuentas, el mismo perro con distinto collar.
La gente le llama a esto ‘fanatismo’ o ‘fundamentalismo’, alimentos de los que se alimentan todos los ‘terrorismos’. Y es verdad. Pero no vendría mal recordar que todo esto no es de ahora. Estos comportamientos aberrantes existen en el mundo seguramente desde que en el mundo hay religiones.. Nosotros los cristianos, en nuestra tradición repleta de mujeres y hombres ejemplares, tenemos casos de ‘fanatismo religioso’ que le dejan el corazón helado a cualquier persona normal. Cuando, en el siglo XII, San Bernardo de Claraval predicaba las Cruzadas contra los musulmanes, decía que «los caballeros de Cristo luchan con seguridad las batallas de su Señor, sin temer jamás que cometen un pecado cuando matan a los enemigos o cuando corren el riesgo de ser ellos mismos los asesinados; eso no es ningún crimen, sino que merece una enorme gloria». Y es que, para Bernardo, «el que mata al malhechor, no se comporta como un homicida, sino como un malicida» (‘Liber ad milites templis‘ III, 4, PL 182, 924 A). Cualquiera sabe si los kamikazes de Nueva York llevaban en sus cabezas este tipo de pensamientos. Pero no parece un desatino sospechar que a lo mejor pensaban algo semejante a lo que escribió san Bernardo en su tiempo.
El problema que tenemos los que ahora nos enteramos de las cosas que decías los hombres de las Cruzadas y de la Inquisición es pensar que eso pasaba en otros tiempos pero que nosotros ya somos personas ‘civilizadas’. Personas que por eso nos indignamos ante los fanatismos que todavía quedan en el mundo, como residuos repugnantes de un pasado que tendríamos que olvidar. Por desgracia, la cosa no es tan simple. Porque en este momento hay gente, mucha gente, que invoca argumentos religiosos, para acabar, con los que, apoyados también en argumentos religiosos, pretenden acabar con nosotros. Me ha impresionado saber que, según una encuesta realizada por ‘The Washington Post’, el 70% de los norteamericanos «apoyaría una acción que causara víctimas civiles inocentes en otros países». Entre quienes apoyan semejante barbarie tiene que haber mucha gente ‘religiosa’. ¿De qué le sirve la religión a quienes piensan así? Nos es atrevido pensar que les sirve, entre otras cosas, para lo mismo que les sirvió la religión a los kamikazes asesinos del 11 de septiembre. Pero la cosa no para ahí.
José María Castillo es periodista. |