Progresando con la organización de Dios


GRANT SUITER


Autobiografía recogida de La Atalaya de 15 de Enero de 1984, pág. 8-15



EN 1922, cuando tenía 14 años de edad, mi padre hizo que nuestra familia se mudara de Chicago, Illinois, a California. En camino visitamos a unos viejos amigos en Idaho. Ellos nos informaron que en California había unas personas que decían que, según la Biblia, millones de personas que vivían entonces no morirían jamás.

Poco después de llegar a California vimos en un periódico el anuncio “Millones que ahora viven no morirán jamás”. Ése era el tema de un discurso público que se pronunciaría en San José. Así localizó mi padre a los Estudiantes de la Biblia (como se conocía entonces a los testigos de Jehová), y empezó a llevarnos a las reuniones públicas que ellos celebraban.

Mi madre quería que yo asistiera a la escuela dominical de alguna iglesia. Aunque mi padre criticaba a los predicadores de todas las confesiones religiosas, concordó en que aquello pudiera ser bueno para mí. Así que comencé a asistir con regularidad a la escuela dominical de la Iglesia Metodista. Con el tiempo llegué a ser tesorero de dicha escuela y jugué en su equipo de baloncesto. Al mismo tiempo, nuestra familia asistía a los discursos públicos que daban los Estudiantes de la Biblia de San José, a solo unos cuantos kilómetros de nuestro hogar, en Santa Clara.

Mi padre quería ver que las condiciones mejoraran, y con ese fin hizo campaña a favor de varios candidatos políticos y hasta pintó el nombre de uno de ellos en el parabrisas de nuestro automóvil Ford, modelo T. En las reuniones, los Estudiantes de la Biblia le decían bondadosamente que la verdadera esperanza para la humanidad no residía en los esfuerzos políticos, sino en el Reino de Dios por Cristo Jesús. Mi padre les daba la razón en parte, pero decía que, aunque eso estaba bien para el futuro, mientras tanto él quería hacer las cosas tan buenas como fuera posible a través de los medios políticos. Con el tiempo, no obstante, toda mi familia —mi madre, mi padre, mi hermana y yo— llegamos a comprender mejor la verdad bíblica y los requisitos que están en la Palabra de Dios.

Crecimiento espiritual

Finalmente la conciencia no me permitió seguir en la escuela dominical de la Iglesia Metodista, así que renuncié. Para 1923 nuestra familia se había mudado a un sitio a unos cuantos kilómetros de Oakland, donde mi padre administraba una tiendita de comestibles y yo asistía a la escuela secundaria. Al enterarme de que los Estudiantes de la Biblia no fumaban, traté de disuadir a mi padre de vender cigarrillos en la tienda. Él no estuvo de acuerdo conmigo, pero consideró el asunto con un Estudiante de la Biblia, Robert Craig.

Después de la conversación mi padre decidió vender el negocio e irse de Oakland. Algo que también lo impulsó a tomar aquella decisión fueron los esfuerzos que estaba haciendo un grupo para que él se estableciera en el negocio del contrabando de licores, algo que él comprendía que no era compatible con lo que estaba aprendiendo por medio de la “eclesia” (congregación) de los Estudiantes de la Biblia de Oakland. Más o menos para el mismo tiempo, con el permiso de mis padres, dejé la escuela secundaria, después de solo haber asistido a ella por año y medio, debido a la influencia inmoral que había en las escuelas.

Nos mudamos a unos cuantos kilómetros de distancia, a Mountain View, lo suficientemente cerca de San José como para volver a asistir a las reuniones de la “eclesia” de allí. Mi padre administraba otra tienda, y yo trabajaba en ella de tiempo completo y sin recibir nunca ningún salario, sino que simplemente lo ayudaba. Mi padre se suscribió a The Watchtower (La Atalaya, en español) y The Golden Age (que ahora se conoce en español como ¡Despertad!), ¡y cuánto disfruté especialmente de The Golden Age! Me parecía que estaba obteniendo más información procedente de ella que la que hubiera recibido si hubiera seguido en la escuela secundaria.

Las reuniones de la “eclesia” se estaban haciendo cada vez más interesantes para mí. Algo que me impresionó particularmente fue el artículo intitulado “Nacimiento de una nación”, que apareció en el número del 1 de marzo de 1925 de La Atalaya en inglés. La información de ese artículo señaló un gran paso de adelanto en el entendimiento que los Estudiantes de la Biblia tenían respecto al Reino de Jehová por Cristo Jesús, a saber, que éste había sido establecido en el cielo en el año 1914. Durante aquel tiempo nuestra familia había entablado una amistad estrecha con los Estudiantes de la Biblia de Mountain View y pasábamos bastante tiempo con ellos en sus hogares.

Con el tiempo aprendimos que la oración no solo era parte de las reuniones de la “eclesia”, sino que los hermanos también oraban en sus respectivos hogares, incluso daban gracias a la hora de la comida. Algo digno de encomio era el hecho de que mi padre quería ver la oración desde el punto de vista apropiado. En términos generales, la había visto como un acto hipócrita. Recuerdo que estuve presente cuando él y un Estudiante de la Biblia que lo estaba visitando en la tienda consideraron el asunto de la oración. El visitante señaló que debemos dar gracias a Jehová Dios por nuestras bendiciones. Pero mi padre le preguntó cómo podía ser que tuviéramos que dar gracias a Jehová por todas nuestras bendiciones, pues sin duda no lo culpábamos de nuestras dificultades. No obstante, finalmente, como familia, entendimos claramente el asunto de la oración y nos aprovechamos a cabalidad de esta amorosa provisión.

Una provisión de la “eclesia” de la cual me beneficié mucho fue la Escuela de los Profetas. Ésta era una reunión de los ancianos y otros varones para recibir adiestramiento en oratoria. El estudiante pronunciaba un discurso que había preparado sobre un tema que se le había asignado, y los demás le daban consejos útiles. Sin embargo, la crítica constructiva que recibí en la escuela no fue nada en comparación con la que recibí de mi padre personalmente después que él hubo asistido a una de las sesiones para escucharme tratar de pronunciar un discurso.

Los peregrinos, quienes eran representantes especiales de la Sociedad Watch Tower, nos ayudaron muchísimo a mi familia y a mí. Las “eclesias” solicitaban anualmente a la Sociedad la visita de ellos. J. A. Bohnet me impresionó particularmente y fue de ayuda especial para mí. Era un hombre cuyas características lo congraciaban con algunas personas, pero producían el efecto contrario en otras. Amaba a Jehová y evidentemente era modesto, pero mantenía esa cualidad algo oculta bajo una apariencia ceñuda.

Bautismo y ministerio cristiano

Un discurso que pronunció el hermano Bohnet en la casa de un Estudiante de la Biblia de Mountain View produjo un efecto profundo en mi vida. Mientras lo escuchaba hablar de los privilegios en relación con servir a Jehová y la responsabilidad de hacerlo, me di cuenta de lo que yo debería hacer y de lo que quería hacer. Por lo tanto, hice una dedicación personal a Jehová, y más o menos para el mismo tiempo los demás miembros de mi familia la hicieron también. El 10 de octubre de 1926, en San José, California, todos juntos simbolizamos nuestra dedicación a Jehová Dios por medio de la inmersión en agua.

En aquel tiempo los bautismos se llevaban a cabo de manera algo diferente a la de hoy día. El anciano que estaba bautizando me dijo: “Hermano Grant, en el nombre del Padre y del Hijo y del espíritu santo, ahora lo bautizo en Cristo”. Todos los que nos bautizamos teníamos largas túnicas negras de media manga que se extendían desde el cuello hasta los tobillos. Para asegurar que la túnica no se subiera y que cubriera modestamente al candidato, se le ponía bastante peso en el ruedo inferior por medio de pesas de plomo.

Después del bautismo, y después que nos vestimos, mi padre dijo al anciano que superentendió el bautismo: “Ustedes salen a distribuir literatura, ¿no es cierto? Queremos hacer esa obra, también, ahora”. Así que nuestra familia empezó a salir en el ministerio del campo.

La primera vez que participé en el servicio del campo fue cuando un anciano, H. O. Lawrence, hizo arreglos para llevarme consigo. Me dio algunos folletos y condujo su automóvil hasta el territorio, en San José. Yo creía que él iba a trabajar conmigo de casa en casa, pero me indicó que me bajara del auto, y dijo: “Ahora ve por ese lado de la manzana”. Entonces se marchó. Así que recorrí aquel lado de la manzana y coloqué tres folletos por una contribución de 25 centavos, y estaba muy contento. Como resultado de participar así en el ministerio cristiano, realmente sentí que yo era parte de la organización de Dios.

Más o menos para entonces recibimos instrucciones en nuestra guía mensual de servicio, The Bulletin (que ahora se conoce como Nuestro Ministerio del Reino), de que habláramos algo a los amos de casa acerca de la organización del Diablo. De modo que cuando las personas me despedían diciendo que no estaban interesadas en mi mensaje, pasaba a hablarles, un poco insistentemente, de la existencia de la organización del Diablo y de su venidera destrucción. Eso fue un cambio bastante grande en nuestra presentación usual acerca de la perspectiva de vivir para siempre en una Tierra paradisíaca sin tener que morir jamás.

La “eclesia” de San José solía viajar grandes distancias para llevar a la gente el mensaje del Reino. Lo que se conocía como grupos de “recorrido” iban con regularidad al valle de Santa Clara y las colinas circundantes. Recuerdo que hasta donde podía tender la vista veía la tierra cubierta de huertos florecidos. Solíamos llevar con nosotros algo de comer y pasábamos todo el día predicando, después de viajar a veces 75 millas (121 kilómetros) o más para llegar a la zona donde habíamos de testificar.

La radioemisora KFWM, de Oakland, se usó por muchos años para transmitir el mensaje del Reino, y varias “eclesias” de la zona circundante se turnaban los fines de semana para suministrar programas para la estación. Yo tuve el privilegio de leer discursos bíblicos desde las instalaciones de la KFWM, como el del 24 de julio de 1927. Las letras de identificación de aquella radioemisora eran adecuadas para servir de iniciales de ’Kingdom For World of Mankind’ (Reino para el mundo de la humanidad).

Ensancho mi servicio

Cierto día, mientras nos dirigíamos a casa desde una reunión, el hermano Lawrence, quien por primera vez me llevó al servicio del campo, me ofreció una solicitud para servir en la central de la Sociedad, en Brooklyn, Nueva York. Algún tiempo antes de eso, y poco después de nuestro bautismo, había oído a mi padre decir a mi madre que si él estuviera en mi lugar haría del servicio a Jehová la carrera de su vida. Eso era lo que yo quería, también, y creía que al solicitar para servir en Betel se me había presentado la oportunidad para ello.

El número en inglés de La Atalaya del 15 de mayo de 1928 anunció que desde el 30 de julio hasta el 6 de agosto se celebraría en Detroit, Michigan, una asamblea internacional de los Estudiantes de la Biblia. Yo tenía muchos deseos de ir, y mi familia y mis amistades hicieron posible que asistiera. Durante la asamblea Donald Haslett, secretario de J. F. Rutherford, presidente de la Sociedad, anunció desde la plataforma que se necesitaban hermanos para el servicio de Betel. Dijo que el hermano Rutherford entrevistaría a los que quisieran solicitar. Yo respondí a la invitación, llené otra solicitud para servir en Betel, y el hermano Rutherford me dijo que me presentara en Betel el 13 de agosto de 1928.

En conjunto, hubo 13 de nosotros que se presentaron para el servicio de Betel el 13 de agosto, justamente una semana después de la asamblea de Detroit. En aquel entonces, 95 miembros de la familia Betel trabajaban en la producción y el envío de literatura bíblica en la fábrica recién terminada del 117 de la calle Adams, y una cantidad algo más pequeña trabajaba en el hogar Betel y en diferentes oficinas de la Sociedad. Mi primer trabajo en Betel fue el de recoger los folletos que salían de una máquina que se usaba para doblarlos, después de habérseles engrapado las cubiertas. Trabajé en la imprenta por menos de dos semanas, cuando fui transferido a las oficinas, al Departamento de Servicio. El participar en esta actividad realmente me dio la sensación de que progresaba con la organización de Dios.

Puesto que no tenía adónde ir durante mis primeras vacaciones, en 1929, las pasé en Betel. Así que estaba disponible cuando el hermano Rutherford pronunció su discurso en el Templo Masónico de Brooklyn sobre por qué ha permitido Jehová la iniquidad, y la vindicación de Su nombre. Antes de eso, no entendíamos este asunto, y por eso el discurso del hermano Rutherford fue una aclaración electrizante de un tema fundamental y vital.

Progreso durante los años treinta

Un momento verdaderamente culminante en 1931 fue cuando recibimos el nombre de testigos de Jehová; así se suministró un nombre unificador a todo el pueblo de Jehová. Al siguiente año el término para identificar a una congregación del pueblo de Dios se cambió de “eclesia” a “compañía”, un cambio que se basó en la consideración de Salmo 68:11 (Authorized Version). Así que por todo el mundo teníamos “compañías” de testigos de Jehová, y no “clases”, o “eclesias”.

En 1932 mi padre vendió su negocio en California, y él, mi madre y mi hermana emprendieron el servicio de precursor. Se construyeron una casa remolque, que por los siguientes 20 años sirvió de hogar a mis padres, mientras servían de precursores. Mi hermana, Grace, sirvió con ellos hasta 1939, cuando fue invitada a ser miembro de la familia del Betel de Brooklyn. Ella sigue sirviendo aquí; y desde 1959, como la esposa de Simon Kraker.

El administrador de la fábrica, Robert J. Martin, murió el 23 de septiembre de 1932, y, en lugar de éste, el hermano Rutherford nombró a Nathan H. Knorr. El hermano Knorr había trabajado antes en la oficina de despacho.

Al siguiente año el pueblo de Jehová comenzó a tener verdaderos problemas. El 30 de enero de 1933 Adolfo Hitler llegó a ser canciller de Alemania, y el 28 de junio de 1933 las autoridades tomaron la sucursal alemana de la Sociedad Watch Tower en Magdeburgo, y la clausuraron. El papa Pío XI declaró “Año Santo” el 1933, y poco después el hermano Rutherford habló sobre el tema “Efecto del Año Santo sobre la paz y la prosperidad”, discurso que fue transmitido por 55 radioemisoras. Yo tuve el privilegio de ser su anunciador en aquel programa.

A principios de los años treinta empezó a surgir considerable oposición a nuestra obra y hubo mucha persecución. Los testigos de Jehová se organizaron en “divisiones” con el propósito de dar un testimonio concentrado en las zonas donde había disturbios. En Alemania, la persecución aumentó a tal grado que el 7 de octubre de 1934 muchas compañías del pueblo de Dios en muchos países enviaron telegramas a Hitler para exhortarle a que pusiera fin a aquello.

Para aquel tiempo había muchas consideraciones entre los del pueblo de Dios respecto a la identidad de la “gran multitud” de Revelación 7:9, Versión Valera. En aquellos días se creía por lo general que tal “multitud” era una clase celestial secundaria y menos fiel. En un estudio celebrado en Betel, conducido por el hermano T. J. Sullivan, yo pregunté: “Puesto que la gran multitud alcanza la vida eterna, ¿mantienen integridad los que componen ese grupo?”. Hubo muchos comentarios pero ninguna respuesta definitiva. Cuando se me pidió que diera mi propio comentario, dije que solamente estaba tratando de obtener un Sí o un No como respuesta.

Bueno, el 31 de mayo de 1935, en la asamblea de Washington, D.C., el hermano Rutherford habló sobre ese mismísimo tema. Yo estaba sentado en el palco, mirando hacia abajo a la muchedumbre, ¡y qué electrizante fue escucharlo desarrollar su discurso! A la gran multitud se la identificó bíblica y claramente como los que sobreviven al Armagedón con la perspectiva de vivir para siempre en la Tierra. Sí, habíamos recibido más información sobre ‘los millones que ahora viven y no morirán jamás’.

El 12 de julio de 1937 el hermano Rutherford me nombró siervo de Betel. Durante los últimos cuatro años y medio de la vida del hermano Rutherford tuve el privilegio de trabajar estrechamente con él. A fines de 1937 el nombre The Golden Age fue cambiado a Consolation (Consolación, en español), lo cual impulsó al hermano Rutherford a hacerme un comentario jocoso mientras lo llevaba en automóvil a través de Scranton, Pensilvania, cerca del pueblo natal de C. J. Woodworth, editor de la revista. En aquellos días era difícil atravesar Scranton en automóvil, y, refiriéndose al hermano Woodworth como “Woody”, Rutherford dijo: “No es de extrañar que Woody quiera consolación, después de vivir en un lugar como éste”.

La II Guerra Mundial, período de dificultades

En septiembre de 1939 estalló la II Guerra Mundial. En octubre fue clausurada la oficina de sucursal en París y se proscribió nuestra obra en Francia. Al siguiente año se proscribió nuestra obra en Canadá. Aquel verano de 1940 el hermano Rutherford estaba enfermo, y no sabíamos si él podría asistir a la asamblea que había de celebrarse en Detroit, Michigan. Él asistió, pero mientras pronunciaba el discurso público me hizo llegar el mensaje de que regresaría inmediatamente a Betel y me pidió que hiciera los arreglos para ello. El siguiente verano se celebró la gran asamblea de St. Louis, Misuri, la más grande que habían celebrado hasta aquel momento los testigos de Jehová. Fui asignado a recibir los suministros para la cafetería, y solo entré en el auditorio principal el último día, durante la sesión en que se presentó al público el libro Children (Hijos, en español). Durante aquella asamblea también se presentó el folleto Jehovah’s Servants Defended, el cual proveía información para ayudarnos en nuestra lucha contra la acción policíaca que algunas iglesias habían instigado contra nuestro ministerio de casa en casa.

La publicación fue muy oportuna. Más adelante en aquel año mi padre fue arrestado y encarcelado por participar en el ministerio. Mi madre, quien por ello quedó sola en la casa remolque, fue atacada por una chusma. Aunque no recibió ningún daño físico, la chusma desmanteló la casa remolque, y por eso mi madre se vio obligada a buscar refugio en casa de unos Testigos que vivían en la zona.

El 1 de octubre de 1941, en ausencia del hermano Rutherford, tuve el privilegio de presidir la reunión anual de la Sociedad Watch Tower Bible and Tract de Pensilvania. En esa reunión fui elegido para ocupar un puesto de director en la corporación de la Sociedad que se creó en Pensilvania.

Dos meses más tarde, el domingo 7 de diciembre de 1941, N. H. Knorr, G. E. Hannan y yo regresábamos en automóvil después de haber participado en el servicio del campo en una sección cercana de Long Island. Estábamos escuchando la radio del automóvil cuando oímos el espantoso anuncio de que los japoneses habían bombardeado Pearl Harbor. Aquello tuvo mucha repercusión en el pueblo de Jehová... los Estados Unidos estaban en guerra, el presidente de la Sociedad estaba enfermo de gravedad y había enemigos ejerciendo presión por todos lados para detener nuestra actividad de predicar.

Aunque el hermano Rutherford murió precisamente un mes y un día después, la obra del Reino siguió progresando constantemente. El hermano Knorr fue electo presidente, y un año más tarde, el 1 de febrero de 1943, anunció la apertura de la Escuela Bíblica de Galaad de la Watchtower, para el entrenamiento de misioneros.

El 8 de mayo de 1945, Harry S. Truman, presidente de los Estados Unidos, anunció la rendición de Alemania. En agosto los Estados Unidos dejaron caer las bombas atómicas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, y entramos en el período de la posguerra.

Desenvolvimientos durante la posguerra

La ciudad de Nueva York notificó que se apropiaría de la parte posterior de nuestro hogar Betel (ubicado en la calle Columbia Heights) que se extendía hasta la calle Furman, para la construcción de un paseo marítimo y una carretera. No obstante, la Sociedad pudo comprar otras propiedades en la calle Columbia Heights para construir una añadidura al hogar Betel, y el 11 de octubre de 1946 se recibió la aprobación del gobierno para la construcción. Así que el 27 de enero de 1947 se comenzó a demoler la parte posterior de nuestro edificio en la calle Furman, y durante 1948 y 1949 se construyó la nueva añadidura al hogar Betel. Esa excelente nueva añadidura fue dedicada en 1950. Más o menos para el mismo tiempo se terminó también una añadidura grande de nueve pisos que se hizo a la fábrica, ubicada en el 117 de la calle Adams.

El secretario y tesorero de la Sociedad, W. E. Van Amburgh, había llegado a estar incapacitado debido a la edad avanzada y la enfermedad que tenía; por eso renunció a su puesto. El 6 de febrero de 1947 fui electo para ocupar su puesto, y al día siguiente el hermano Van Amburgh murió.

Poco después, en la primavera de 1947, la Sociedad me envió a visitar varios países de Europa que habían sido asolados por la II Guerra Mundial. Fue realmente un privilegio asociarme con siervos fieles de Jehová que hacía poco que habían sido libertados, después de haber pasado muchos años en campos de concentración nazi. Fue un placer para mí darles estímulo espiritual como orador principal durante las asambleas que se celebraron entonces.

Desde que había llegado a Betel, en 1928, no había vuelto a California. Mis padres habían servido de precursores mayormente en el este, así que podía verlos de vez en cuando, particularmente en las asambleas grandes. Pero en el verano de 1947 se hizo realidad la oportunidad de volver a visitar California. Se habían hecho arreglos para celebrar una asamblea en Los Ángeles del 13 al 17 de agosto, y la Sociedad proveyó transportación a los que habían sido miembros de la familia Betel por 15 años o más. ¡Qué agradables fueron el viaje y la asamblea!

Privilegios especiales de servicio

A través de los años también he disfrutado de privilegios únicos con relación a la expansión de la organización visible de Dios. La más reciente de muchas adquisiciones de la Sociedad Watchtower que he ayudado a negociar fue la compra, a principios de 1983, de las nuevas propiedades en el 175 de la calle Pearl y el 360 de la calle Furman, en Brooklyn, Nueva York. Espero sinceramente que esas grandes estructuras recién adquiridas se usen para fomentar una enorme expansión de la proclamación del Reino por toda la Tierra.

He viajado centenares de miles de millas, no solo por los Estados Unidos, sino por muchos otros países, para pronunciar discursos a grandes auditorios del pueblo de Dios a fin de animarlos en su ministerio cristiano. Por ejemplo, durante el viaje alrededor del mundo con respecto a la Asamblea “Buenas Nuevas Eternas”, que se celebró en 1963, serví como uno de los representantes oficiales de la Sociedad, sólo uno de los muchos privilegios por los que estoy agradecido a Jehová. El servir de orador durante las muchas asambleas históricas de los testigos de Jehová que se celebraron en el Yankee Stadium, como la de 1958, cuando más de un cuarto de millón de personas estuvieron presentes, también fue un privilegio especial.

Una organización progresiva

En nuestra experiencia humana, los años traen cambios, que a veces desgraciadamente infligen pérdidas, como en el caso de la muerte de mi padre, el 31 de diciembre de 1954, en Illinois, el estado donde tuvo su última asignación de precursor. Al siguiente año mi hermana, Grace, y yo hicimos que mi madre se mudara de Illinois a Nueva York, donde vivió hasta su muerte, el 6 de mayo de 1962. Pero un cambio muy feliz para mí fue cuando Edith Rettos, una celosa precursora, se convirtió en mi esposa el 12 de mayo de 1956. Desde entonces ella ha servido fielmente a mi lado en Betel.

A medida que aumentan mis años de servicio en las oficinas centrales de la organización visible de Jehová, algo que en particular me alegra el corazón es la evidencia continua de la bendición de Dios sobre la obra que él ha comisionado a su pueblo, a saber, la predicación de estas buenas nuevas del Reino en toda la Tierra antes de que venga el fin (Mateo 24:14). Presencié el aumento en la cantidad de miembros del Cuerpo Gobernante en 1971, y otra vez en 1974, y desde entonces he participado en muchas de las decisiones serias que se han tomado y que han tenido diversos efectos en las sucursales y la obra mundial de predicar. También he visto la cantidad de proclamadores del Reino crecer de 44.080 por todo el mundo, cuando llegué a Betel en 1928, a unos 2.500.000 que participan en esa obra hoy día. En realidad, la organización de Dios ha estado progresando, y yo estoy agradecido por los muchos privilegios de servicio que se me han encomendado con relación a dar el gran testimonio final.

La fe que tengo en las promesas bíblicas del gobierno justo de Dios y las bendiciones que éste traerá a la Tierra es más fuerte que nunca. Si tuviera que vivir la vida de nuevo, no hay otro modo como querría vivirla. ¡Qué gozo y privilegio ha sido el haber servido en Betel por los últimos 55 años con la familia cristiana más grande y más maravillosa de la Tierra!

El 30 de mayo de 1983 el hermano Suiter sufrió un accidente que resultó en grave daño a su espina dorsal. Aunque quedó completamente paralizado, el hermano Suiter luchó por mantenerse vivo durante casi seis meses. Aunque había quedado severamente incapacitado y no podía hablar, continuó mostrando gran interés en el progreso de la organización terrestre de Jehová, para la cual había servido de secretario tesorero de la corporación durante 36 años. Sin embargo, terminó su carrera terrestre en la mañana del 22 de noviembre; esto fue anunciado esa misma mañana a la familia del Betel de Brooklyn y las Haciendas Watchtower después de la sesión matutina de adoración y el desayuno.

El miércoles 23 de noviembre se celebró por la noche un servicio conmemorativo en el Salón del Reino del Betel de Brooklyn y fue transmitido por televisión en circuito cerrado a los comedores y por línea telefónica a las Haciendas Watchtower. Así la mayoría de los 3.123 miembros de la familia de Betel, incluso los estudiantes de Galaad y muchos invitados, pudieron escuchar los discursos que pronunciaron varios miembros de la familia. Éstos no fueron apologías. Más bien, animaron a todos los presentes a beneficiarse del fiel proceder de la vida del hermano Suiter, quien sin duda alguna resultó ser un ‘árbol grande de justicia’ y vencedor en la lucha a favor de los intereses del Reino (Isaías 61:3; Revelación 14:13). También se expresó aprecio por el apoyo leal de su esposa, Edith, durante los últimos días del servicio fiel de él en la Tierra.

Nota de la dirección de esta Web:

El problema del sufrimiento humano es una cuestión aún sin resolver para el creyente. ¡Mucho menos para el colecctivo de los Testigos de Jehová!.
Han tratado de dar explicaciones sobre razones y motivos por los que permite Dios el sufrimiento, pero las mismas son absolutamente contradictorias con relación a otras doctrinas que ellos fomentan, y a los mismos sucesos que les acaecen
Lo ocurrido al Sr. Suiter es un claro ejemplo de lo contradictorio que resulta, sentirse guiado y proteguido por Dios, y al mismo tiempo, sufrir un accidente que te deja postrado en una cama o en una silla de ruedas, hasta la misma muerte. Se buscan explicaciones pero la realidad es la que uno tiene y siente: que Dios no estaba observando al momento del accidente, o que si lo estaba viendo, no hizo nada en favor de ese siervo de él, que lleva decenas de años al servicio de sus intereses.
¿De qué sirve dedicar toda la vida a una causa que creemos divina, y después sufrir las consecuencias de un hecho casual, un accidente, un estar en el sitio y momento no apropiado?
El Sr. Suiter dedicó su tiempo y sus energías en engrandecer una 'organización' que creía de Dios. Dios no 'valoró' tal labor al grado de procurar que tal hombre no sufriera accidentes y 'descuidó' su cuido y protección, por tanto, independientemente de las explicaciones que el colectivo a que perteneció busque, tenemos que deducir que el Sr. Suiter no era siervo de Dios, que si lo era, no despertó en Dios suficiente interés como para protegerlo, o que Dios es un producto de su imaginación.
Aquí yace todo su esfuerzo y creencias.


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