"Jehová me ha tratado recompesadoramente"


Karl F. Klein


Autobiografía publicada en La Atalaya de 1 de Marzo de 1985



CUÁNTAS bendiciones trae el conocer y servir a Jehová! Al recordar el pasado, me siento como David, quien dijo: “Cantaré a Jehová, porque me ha tratado recompensadoramente” (Salmo 13:6). ¡Él verdaderamente lo ha hecho! Por ejemplo, tengo el privilegio de ser parte del personal de la central de los testigos de Jehová, y he visto crecer esta familia de unos 150 a más de 3.000 miembros. ¡Qué bendición ha sido esto!

Sin embargo, aun antes que yo aprendiera la verdad, Dios me trataba recompensadoramente. Mi madre no solo era muy sumisa y abnegada, sino que también citaba siempre de textos bíblicos al amonestarnos o corregirnos a nosotros, sus hijos. Permítame relatarle algo acerca de aquellos primeros días.

Comenzamos a andar en la verdad

Supe de la verdad bíblica por primera vez allá en la primavera de 1917, cuando hallé una hoja suelta donde se anunciaba un discurso sobre el tema del infierno. Este tema me interesaba profundamente, pues parecía que yo siempre estaba haciendo lo que no debía, y por eso me preocupaba muchísimo en cuanto a ir a un infierno ardiente después de morir. Cuando mostré la hoja suelta a mi madre, ella me animó a que fuera, y dijo: “No te va a perjudicar, y pudiera beneficiarte”.

Ted, uno de mis hermanos menores, fue conmigo a oír el discurso patrocinado por los Estudiantes de la Biblia, como se conocía en aquellos días a los testigos de Jehová. Mediante las Escrituras y la lógica, el orador mostró de manera muy eficaz que la Biblia no enseñaba que hubiera un infierno ardiente. Todo me pareció tan razonable que al llegar a casa exclamé: “¡Mamá, no hay ningún infierno, y yo lo sé!”. Ella concordó conmigo y añadió que el único “infierno” estaba aquí en la Tierra, puesto que ella misma había sufrido mucho.

Se había anunciado otro discurso para el siguiente domingo por la tarde, pero nadie había hablado con nosotros, que éramos unos muchachitos de 11 y 10 años de edad respectivamente. Después de haber asistido a la escuela dominical y a la iglesia aquella mañana, jugamos con otros muchachos del vecindario. Pero todo pareció salir mal aquella tarde. Al reflexionar sobre la experiencia recompensadora de la semana anterior, me dije a mí mismo: “Karl, Dios está tratando de decirte que tú no deberías querer divertirte, sino que deberías ir a escuchar otro de esos excelentes discursos bíblicos”.

Así que Ted y yo volvimos a ir, y esta vez los Estudiantes de la Biblia nos hablaron y nos instaron a que regresáramos el próximo domingo. Concordamos en hacerlo, y hemos estado asistiendo a las reuniones cristianas desde entonces. Al recordar ahora el pasado, se me hace fácil ver cómo, en muchísimas ocasiones, me pegó Jehová en los nudillos, por decirlo, cuando estaba haciendo algo que no debería estar haciendo. Tenía que aprender que en la vida nunca se trata de esto Y aquello, sino de esto O aquello.

Todo eso pasó en Blue Island, un suburbio de Chicago, Illinois, E.U.A. (Nací muy enfermizo, en el sudoeste de Alemania, y, cuando yo tenía cinco años de edad, mi familia emigró a los Estados Unidos y con el tiempo se estableció en aquel pueblo.) Allí los Estudiantes de la Biblia celebraban también estudios basados en el libro Tabernacle Shadows a mediados de semana. Empecé inmediatamente a asistir a esos estudios y los hallé muy interesantes, especialmente debido a que el conductor usaba un modelo del Tabernáculo para explicar todo lo que se estaba considerando. No obstante, pasó algún tiempo antes que me diera cuenta de que tenía que escoger entre estas reuniones y las de la Iglesia Metodista, en la que hacía solo poco tiempo se me había confirmado.

Puesto que yo era solo un muchacho y mis padres eran bastante pobres, los Estudiantes de la Biblia me proporcionaron generosamente todas las ayudas bíblicas que necesitaba. ¡Cuánto me regocijé al enterarme de la verdad acerca del alma, la Trinidad, el Reinado Milenario de Cristo, y así por el estilo! Dentro de poco estuve participando alegremente en la distribución del Bible Students Monthly y el Kingdom News. Para la primavera de 1918 tuve el privilegio de consagrarme, como se llamaba en aquel entonces la dedicación, y bautizarme. Esto no presentó ningún problema para mí en casa, ya que mi madre se estaba interesando en lo que yo estaba aprendiendo, y mi padre, que había sido predicador metodista por 20 años, estaba viajando mucho en aquel entonces. Solía regresar a casa tres o cuatro veces al año, y se quedaba tan solo unos cuantos días.

Una prueba de amor fraternal

En aquellos días se nos decía: ‘Si usted quiere permanecer en la verdad, lea los siete tomos de Studies in the Scriptures por completo cada año’. Claro, yo quería permanecer en la verdad, y por eso leía sumisamente aquellos tomos por completo cada año hasta que llegué a Betel. Esto equivalía a leer diez páginas al día, algo de lo cual disfrutaba mucho, pues tenía una sed insaciable de adquirir conocimiento.

Poco después de mi bautismo en 1918, fue puesta a prueba mi lealtad a otros Estudiantes de la Biblia. La I Guerra Mundial estaba haciendo estragos, y aunque los hermanos más prominentes habían sido encarcelados injustamente por la cuestión de la guerra, los que en aquel tiempo llevaban la delantera no comprendían plenamente la necesidad de mantener la neutralidad cristiana. Unos cuantos que veían el asunto claramente se ofendieron, se separaron de los Estudiantes de la Biblia y adoptaron el nombre “Standfasters” (los que se mantienen firmes). Me advirtieron que si permanecía con los Estudiantes de la Biblia, perdería la oportunidad de formar parte del “rebaño pequeño” de seguidores ungidos de Jesús (Lucas 12:32). Mi madre, aunque todavía no se había dedicado, me ayudó a tomar la decisión correcta. Yo no podía ver cómo podía dejar a los que me habían enseñado tanto, y por eso decidí arriesgarme con mis hermanos, Estudiantes de la Biblia. Ésta realmente fue una prueba de lealtad. Desde entonces he observado muchas pruebas de lealtad parecidas a aquélla. Cuando se cometen errores, parece que los que no son completamente leales de corazón se valen de ellos como pretexto para abandonar la obra. (Compárese con Salmo 119:165.)

“¡De la tierra de Betel no me he de mover!”

En aquellos días los arreglos dentro de la congregación eran algo diferentes de los de hoy día. Mientras aún era adolescente, me eligieron para ser anciano; conducía el Estudio de Libro de Congregación, hacía arreglos para que nos visitaran conferenciantes de Chicago y me aseguraba de que dichos discursos públicos se anunciaran tanto en el periódico de la localidad como por medio de hojas sueltas. Después de la asamblea de 1924, celebrada en Columbus, Ohio, vi claramente la manera de solicitar para servir en la central mundial del pueblo de Jehová. Hacía mucho tiempo que yo había deseado de todo corazón servir en Betel, pero un cambio repentino en las circunstancias de mi hogar hizo parecer que ésa no era la voluntad de Jehová respecto a mí. Sin embargo, aquélla solo fue una situación temporal, pues yo sí entré en Betel el 23 de marzo de 1925.

Mi gozo era tan grande que, al escribir a mi familia, parafraseé la canción “Dixie” (canción del sur de los Estados Unidos) como sigue: “¡De la tierra de Betel no me he de mover; he de vivir y morir en la tierra de Betel!”.

En el servicio de Betel, mi primera asignación fue trabajar en la sala de composición de la fábrica de la Sociedad, localizada en el 18 de la calle Concord, Brooklyn, Nueva York.

De muchacho yo había recibido clases por dos años para aprender a tocar el violín. Por eso, al llegar a Betel, me ofrecí de voluntario para tocar en la orquesta, la cual ensayaba dos noches semanalmente y tocaba los domingos por la mañana en la estación de radio de la Sociedad, WBBR. Al enterarme de que necesitaban un violoncelista, compré un violoncelo y empecé a tomar clases de música. Para 1927, diez de nosotros recibimos la invitación de tocar de tiempo completo para la estación que la Sociedad tenía en Staten Island. Aquello fue el principio de mis privilegios musicales, los cuales han continuado durante los años subsiguientes.

“¡Karl, cuidado!”

¡Cuánto disfrutaba de la música! El poder dedicar todo mi tiempo a ella era ciertamente remunerador. Mientras serví en Staten Island, tuve también el raro privilegio de llegar a conocer mejor a J. F. Rutherford, que en aquel entonces era el presidente de la Sociedad Watch Tower. Pude conocerlo mejor porque él pasaba la mitad de cada semana allí, ya que el ambiente tranquilo era más favorable para escribir... ¡y cuánto escribió!

El hermano Rutherford fue como un padre amoroso y comprensivo para mí, aunque repetidas veces tuvo que reprenderme por quebrantar alguna regla. Recuerdo especialmente una ocasión en que tuvo que reprenderme severamente. La próxima vez que me vio, dijo con voz alegre: “¡Qué tal, Karl!”. Pero debido a que aún me sentía lastimado, simplemente lo saludé entre dientes. A esto él contestó: “¡Karl, cuidado! ¡El Diablo quiere entramparte!”. Me sentí avergonzado, y contesté: “Oh, no pasa nada, hermano Rutherford”. Pero él sabía que no era cierto, de modo que repitió la advertencia: “Está bien. Sólo ten cuidado. El Diablo quiere entramparte”.

En cierta ocasión, debido a algún malentendido, se informó incorrectamente al hermano Rutherford que yo había hecho un comentario muy crítico sobre él. No obstante, en vez de indignarse, él dijo: “Bueno, Karl habla mucho, y dice cosas sin querer”. ....Sí, el hermano Rutherford era magnánimo y muy comprensivo. Resultó serlo para conmigo por una parte, al hacer excepciones en mi caso repetidas veces, cuando circunstancias fuera de lo común parecían justificar el que lo hiciera, y por otra parte, al pedir perdón en más de una ocasión cuando irreflexivamente me había lastimado....

Regreso a Brooklyn

La orquesta permaneció en Staten Island por solo dos años y medio. Entonces fuimos transferidos a Brooklyn, donde se había construido un nuevo estudio de radio. Después de haber tocado en la orquesta por unos diez años más, ésta se disolvió y yo comencé a trabajar nuevamente en la fábrica, primero en la encuadernación de libros y luego manejando las prensas. Pero dentro de poco fui transferido al Departamento de Servicio, donde, por varios años, tuve el privilegio de ocuparme de unos 1.250 precursores especiales... les asignaba territorios, contestaba su correspondencia, y así por el estilo. ...

Un cambio de asignación

Un día de primavera de 1950, el hermano Knorr nos invitó a mí y a otro hermano a su oficina y nos preguntó si nos gustaría servir en el Departamento de Redacción. Cuando le dije que no me importaba dónde sirviera, él me reprendió y me dijo que cuando a alguien se le ofrece un privilegio de servicio adicional, la persona debería estar deseosa de aceptarlo. Sin embargo, mi actitud se debía en realidad a que yo era delicado de salud, lo cual siempre había sido un problema para mí y exigía que tratara con seriedad la nutrición y el ejercicio. De hecho, nada podía haberme agradado más que poder dedicar todo mi tiempo a la investigación y la redacción de artículos, especialmente sobre temas bíblicos. Pero yo sabía que el trabajo no sería fácil. En efecto, con relación al Departamento de Redacción, el hermano Knorr me dijo en cierta ocasión: “Aquí es donde se está efectuando el trabajo más importante y más difícil”.

En 1951 varios de nosotros del Betel de Brooklyn disfrutamos de un gran banquete espiritual en la asamblea “Adoración Limpia” de Londres. Después de asistir también a la asamblea de París, algunos de nosotros visitamos algunas de las demás sucursales de la Sociedad, incluso la de Wiesbaden. Allí conocí por primera vez a Gretel Naggert, quien 12 años después aceptó mi propuesta de matrimonio y llegó a ser la hermana Klein. Después de haber servido soltero en Betel por 38 años, me pareció que me iría mejor si la tenía como compañera de toda la vida. Desde que me casé he tenido que concordar con Salomón, quien dijo: “¿Ha hallado uno una esposa buena? Uno ha hallado una cosa buena, y consigue buena voluntad de Jehová” (Proverbios 18:22). Sí, en este caso también Jehová me ha tratado recompensadoramente, pues Gretel ha sido una gran ayuda para mí de muchísimas maneras.

El hermano Knorr... un hermano mayor

Mi relación con el hermano Rutherford había sido como la de un hijo y un padre amoroso. Pero entonces, puesto que el hermano Knorr era solo unos meses mayor que yo, nuestra relación era más como la de hermanos... y el mayor tendía a expresar impaciencia para con las faltas del menor. Gretel tenía una actitud muy filosófica respecto a dichas diferencias. ‘¡Después de todo -decía ella-, no ha de esperarse que un ejecutivo eficiente y un músico muy romántico estén siempre de acuerdo!’ Pero para que no se entienda mal este comentario, debo agregar que el hermano Knorr era mi orador favorito. En cierta ocasión me llamó su sombra, pues yo siempre aparecía donde él pronunciaba discursos. Además, a él le encantaba la música tanto como a mí, y él volvió a introducir la música en nuestras reuniones de congregación. Se interesó de manera genuina en la publicación de cancioneros. (Efesios 5:18-20.)

En noviembre de 1974 fui invitado a ser miembro del Cuerpo Gobernante de los Testigos de Jehová. Esta invitación me dejó tan confundido que necesité estímulo para aceptarla. Entre otras cosas, se me hizo notar que se había invitado también a varias personas más. De hecho, se había invitado a otras siete personas, lo cual aumentó la cantidad de miembros del Cuerpo Gobernante en aquel entonces de 11 a 18 personas.

Quien me dio estímulo para que aceptara esta última asignación fue Frederick W. Franz, que en 1977 llegó a ser sucesor del hermano Knorr como presidente de la Sociedad. Desde que llegué a Betel, me había sentido atraído a él debido a su conocimiento bíblico y su disposición amigable. A principios de mi servicio en Betel, solíamos asistir juntos a las reuniones de oración, alabanza y testimonio alemanas. ..

En años posteriores el hermano Franz, mi esposa y yo, junto con otras personas, incluso A. D. Schroeder, visitamos las tierras bíblicas y varios países de América del Sur, incluso Bolivia, donde Gretel había servido de misionera por más de nueve años. El viajar con el hermano Franz significaba invariablemente privilegios de servicio adicionales, pues él insistía en compartir la plataforma con sus asociados. En años más recientes hemos compartido privilegios en asambleas de Europa y América Central. Cuando reflexiono sobre el asunto, me parece que el hermano Franz siempre ha sido un factor equilibrante para mí. Por ejemplo, durante nuestro viaje a las tierras bíblicas, cierto hermano de nuestro grupo se metió en verdaderas dificultades con la policía por haber tomado fotografías de cosas prohibidas, lo cual nos causó un retraso. Yo me indigné intensamente, pero el hermano Franz simplemente sonrió y dijo: “Creo que él está aprendiendo la lección”. ¡Y así fue! No cabe duda: Mi asociación con el hermano Franz ha sido otro medio por el cual Jehová me ha estado tratando recompensadoramente.

No todo ha sido “pan comido”

Debido a las debilidades hereditarias y a mi carácter impulsivo, he tenido mi porción de pruebas y tribulaciones en la vida, incluso una depresión nerviosa después de haber estado sirviendo en Betel por nueve años...... Se pudiera añadir también que he tenido más accidentes que los que pudiera esperar, como la fractura de la rótula de una pierna, la de varias vértebras, y así por el estilo. Tanto mis propias faltas como las de otras personas han impedido que mi vida sea “pan comido”. Pero con la ayuda de Jehová he llegado a apreciar el hecho de que ‘si él lo permite, yo puedo aguantarlo’, como indica 1 Corintios 10:13. También, ‘mientras menos viva para gozar, más puedo dar’...

¿Tengo razón para cantar a Jehová porque me ha tratado recompensadoramente? ¡Claro que sí!


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