CUÁNTAS bendiciones trae el conocer y servir a Jehová! Al recordar el pasado, me siento como David, quien dijo: “Cantaré a Jehová, porque me ha tratado recompensadoramente” (Salmo 13:6). ¡Él verdaderamente lo ha hecho! Por ejemplo, tengo el privilegio de ser parte del personal de la central de los testigos de Jehová, y he visto crecer esta familia de unos 150 a más de 3.000 miembros. ¡Qué bendición ha sido esto!
Sin embargo, aun antes que yo aprendiera la verdad, Dios me trataba recompensadoramente. Mi madre no solo era muy sumisa y abnegada, sino que también citaba siempre de textos bíblicos al amonestarnos o corregirnos a nosotros, sus hijos. Permítame relatarle algo acerca de aquellos primeros días.
Comenzamos a andar en la verdad
Supe
de la verdad bíblica por primera vez allá en la primavera de 1917, cuando
hallé una hoja suelta donde se anunciaba un discurso sobre el tema del
infierno. Este tema me interesaba profundamente, pues parecía que yo
siempre estaba haciendo lo que no debía, y por eso me preocupaba muchísimo
en cuanto a ir a un infierno ardiente después de morir. Cuando mostré la
hoja suelta a mi madre, ella me animó a que fuera, y dijo: “No te va a
perjudicar, y pudiera beneficiarte”.
Ted,
uno de mis hermanos menores, fue conmigo a oír el discurso patrocinado por
los Estudiantes de la Biblia, como se conocía en aquellos días a los
testigos de Jehová. Mediante las Escrituras y la lógica, el orador mostró
de manera muy eficaz que la Biblia no enseñaba que hubiera un infierno
ardiente. Todo me pareció tan razonable que al llegar a casa exclamé: “¡Mamá,
no hay ningún infierno, y yo lo sé!”. Ella concordó conmigo y añadió
que el único “infierno” estaba aquí en la Tierra, puesto que ella
misma había sufrido mucho.
Se
había anunciado otro discurso para el siguiente domingo por la tarde, pero
nadie había hablado con nosotros, que éramos unos muchachitos de 11 y 10 años
de edad respectivamente. Después de haber asistido a la escuela dominical y
a la iglesia aquella mañana, jugamos con otros muchachos del vecindario.
Pero todo pareció salir mal aquella tarde. Al reflexionar sobre la
experiencia recompensadora de la semana anterior, me dije a mí mismo:
“Karl, Dios está tratando de decirte que tú no deberías querer
divertirte, sino que deberías ir a escuchar otro de esos excelentes
discursos bíblicos”.
Así
que Ted y yo volvimos a ir, y esta vez los Estudiantes de la Biblia nos
hablaron y nos instaron a que regresáramos el próximo domingo. Concordamos
en hacerlo, y hemos estado asistiendo a las reuniones cristianas desde
entonces. Al recordar ahora el pasado, se me hace fácil ver cómo, en muchísimas
ocasiones, me pegó Jehová en los nudillos, por decirlo, cuando estaba
haciendo algo que no debería estar haciendo. Tenía que aprender que en
la vida nunca se trata de esto Y aquello, sino de esto O aquello.
Todo
eso pasó en Blue Island, un suburbio de Chicago, Illinois, E.U.A. (Nací
muy enfermizo, en el sudoeste de Alemania, y, cuando yo tenía cinco años
de edad, mi familia emigró a los Estados Unidos y con el tiempo se
estableció en aquel pueblo.) Allí los Estudiantes de la Biblia celebraban
también estudios basados en el libro Tabernacle Shadows a
mediados de semana. Empecé inmediatamente a asistir a esos estudios y los
hallé muy interesantes, especialmente debido a que el conductor usaba un
modelo del Tabernáculo para explicar todo lo que se estaba considerando. No
obstante, pasó algún tiempo antes que me diera cuenta de que tenía que
escoger entre estas reuniones y las de la Iglesia Metodista, en la que hacía
solo poco tiempo se me había confirmado.
Puesto
que yo era solo un muchacho y mis padres eran bastante pobres, los
Estudiantes de la Biblia me proporcionaron generosamente todas las ayudas bíblicas
que necesitaba. ¡Cuánto me regocijé al enterarme de la verdad acerca del
alma, la Trinidad, el Reinado Milenario de Cristo, y así por el estilo!
Dentro de poco estuve participando alegremente en la distribución del Bible
Students Monthly y el Kingdom News. Para la
primavera de 1918 tuve el privilegio de consagrarme, como se llamaba en
aquel entonces la dedicación, y bautizarme. Esto no presentó ningún
problema para mí en casa, ya que mi madre se estaba interesando en lo que
yo estaba aprendiendo, y mi padre, que había sido predicador metodista por
20 años, estaba viajando mucho en aquel entonces. Solía regresar a casa
tres o cuatro veces al año, y se quedaba tan solo unos cuantos días.
Una prueba de amor fraternal
En
aquellos días se nos decía: ‘Si usted quiere permanecer en la verdad,
lea los siete tomos de Studies in the Scriptures
por completo cada año’. Claro, yo quería permanecer en la verdad, y
por eso leía sumisamente aquellos tomos por completo cada año hasta que
llegué a Betel. Esto equivalía a leer diez páginas al día, algo de lo
cual disfrutaba mucho, pues tenía una sed insaciable de adquirir
conocimiento.
Poco
después de mi bautismo en 1918, fue puesta a prueba mi lealtad a otros
Estudiantes de la Biblia. La I Guerra Mundial estaba haciendo estragos, y
aunque los hermanos más prominentes habían sido encarcelados injustamente
por la cuestión de la guerra, los que en aquel tiempo llevaban la
delantera no comprendían plenamente la necesidad de mantener la neutralidad
cristiana. Unos cuantos que veían el asunto claramente se ofendieron, se
separaron de los Estudiantes de la Biblia y adoptaron el nombre
“Standfasters” (los que se mantienen firmes). Me advirtieron que si
permanecía con los Estudiantes de la Biblia, perdería la oportunidad de
formar parte del “rebaño pequeño” de seguidores ungidos de Jesús
(Lucas 12:32). Mi madre, aunque todavía no se había dedicado, me ayudó a
tomar la decisión correcta. Yo no podía ver cómo podía dejar a los
que me habían enseñado tanto, y por eso decidí arriesgarme con mis
hermanos, Estudiantes de la Biblia. Ésta realmente fue una prueba de
lealtad. Desde entonces he observado muchas pruebas de lealtad parecidas a
aquélla. Cuando se cometen errores, parece que los que no son completamente
leales de corazón se valen de ellos como pretexto para abandonar la obra.
(Compárese con Salmo 119:165.)
“¡De la tierra de Betel no me he de mover!”
En
aquellos días los arreglos dentro de la congregación eran algo diferentes
de los de hoy día. Mientras aún era adolescente, me eligieron para ser
anciano; conducía el Estudio de Libro de Congregación, hacía arreglos
para que nos visitaran conferenciantes de Chicago y me aseguraba de que
dichos discursos públicos se anunciaran tanto en el periódico de la
localidad como por medio de hojas sueltas. Después de la asamblea de 1924,
celebrada en Columbus, Ohio, vi claramente la manera de solicitar para
servir en la central mundial del pueblo de Jehová. Hacía mucho tiempo que
yo había deseado de todo corazón servir en Betel, pero un cambio repentino
en las circunstancias de mi hogar hizo parecer que ésa no era la voluntad
de Jehová respecto a mí. Sin embargo, aquélla solo fue una situación
temporal, pues yo sí entré en Betel el 23 de marzo de 1925.
Mi
gozo era tan grande que, al escribir a mi familia, parafraseé la canción
“Dixie” (canción del sur de los Estados Unidos) como sigue: “¡De la
tierra de Betel no me he de mover; he de vivir y morir en la tierra de
Betel!”.
En el servicio de Betel, mi primera asignación fue
trabajar en la sala de composición de la fábrica de la Sociedad,
localizada en el 18 de la calle Concord, Brooklyn, Nueva York.
De
muchacho yo había recibido clases por dos años para aprender a tocar el
violín. Por eso, al llegar a Betel, me ofrecí de voluntario para tocar
en la orquesta, la cual ensayaba dos noches semanalmente y tocaba los
domingos por la mañana en la estación de radio de la Sociedad, WBBR. Al
enterarme de que necesitaban un violoncelista, compré un violoncelo y empecé
a tomar clases de música. Para 1927, diez de nosotros recibimos la invitación
de tocar de tiempo completo para la estación que la Sociedad tenía en
Staten Island. Aquello fue el principio de mis privilegios musicales, los
cuales han continuado durante los años subsiguientes.
“¡Karl, cuidado!”
¡Cuánto
disfrutaba de la música! El poder dedicar todo mi tiempo a ella era
ciertamente remunerador. Mientras serví en Staten Island, tuve también el
raro privilegio de llegar a conocer mejor a J. F. Rutherford, que en aquel
entonces era el presidente de la Sociedad Watch Tower. Pude conocerlo mejor
porque él pasaba la mitad de cada semana allí, ya que el ambiente
tranquilo era más favorable para escribir... ¡y cuánto escribió!
El
hermano Rutherford fue como un padre amoroso y comprensivo para mí, aunque
repetidas veces tuvo que reprenderme por quebrantar alguna regla. Recuerdo
especialmente una ocasión en que tuvo que reprenderme severamente. La próxima
vez que me vio, dijo con voz alegre: “¡Qué tal, Karl!”. Pero debido a
que aún me sentía lastimado, simplemente lo saludé entre dientes. A esto
él contestó: “¡Karl, cuidado! ¡El Diablo quiere entramparte!”.
Me sentí avergonzado, y contesté: “Oh, no pasa nada, hermano
Rutherford”. Pero él sabía que no era cierto, de modo que repitió la
advertencia: “Está bien. Sólo ten cuidado. El Diablo quiere
entramparte”.
En
cierta ocasión, debido a algún malentendido, se informó incorrectamente
al hermano Rutherford que yo había hecho un comentario muy crítico sobre
él. No obstante, en vez de indignarse, él dijo: “Bueno, Karl habla
mucho, y dice cosas sin querer”. ....Sí, el hermano Rutherford era magnánimo
y muy comprensivo. Resultó serlo para conmigo por una parte, al hacer
excepciones en mi caso repetidas veces, cuando circunstancias fuera de lo
común parecían justificar el que lo hiciera, y por otra parte, al pedir
perdón en más de una ocasión cuando irreflexivamente me había
lastimado....
Regreso a Brooklyn
La
orquesta permaneció en Staten Island por solo dos años y medio. Entonces
fuimos transferidos a Brooklyn, donde se había construido un nuevo estudio
de radio. Después de haber tocado en la orquesta por unos diez años más,
ésta se disolvió y yo comencé a trabajar nuevamente en la fábrica,
primero en la encuadernación de libros y luego manejando las prensas. Pero
dentro de poco fui transferido al Departamento de Servicio, donde, por
varios años, tuve el privilegio de ocuparme de unos 1.250 precursores
especiales... les asignaba territorios, contestaba su correspondencia, y
así por el estilo. ...
Un cambio de asignación
Un
día de primavera de 1950, el hermano Knorr nos invitó a mí y a otro
hermano a su oficina y nos preguntó si nos gustaría servir en el
Departamento de Redacción. Cuando le dije que no me importaba dónde
sirviera, él me reprendió y me dijo que cuando a alguien se le ofrece un
privilegio de servicio adicional, la persona debería estar deseosa de
aceptarlo. Sin embargo, mi actitud se debía en realidad a que yo era
delicado de salud, lo cual siempre había sido un problema para mí y exigía
que tratara con seriedad la nutrición y el ejercicio. De hecho, nada podía
haberme agradado más que poder dedicar todo mi tiempo a la investigación y
la redacción de artículos, especialmente sobre temas bíblicos. Pero yo
sabía que el trabajo no sería fácil. En efecto, con relación al
Departamento de Redacción, el hermano Knorr me dijo en cierta ocasión:
“Aquí es donde se está efectuando el trabajo más importante y más difícil”.
En
1951 varios de nosotros del Betel de Brooklyn disfrutamos de un gran
banquete espiritual en la asamblea “Adoración Limpia” de Londres. Después
de asistir también a la asamblea de París, algunos de nosotros visitamos
algunas de las demás sucursales de la Sociedad, incluso la de Wiesbaden.
Allí conocí por primera vez a Gretel Naggert, quien 12 años después
aceptó mi propuesta de matrimonio y llegó a ser la hermana Klein. Después
de haber servido soltero en Betel por 38 años, me pareció que me iría
mejor si la tenía como compañera de toda la vida. Desde que me casé he
tenido que concordar con Salomón, quien dijo: “¿Ha hallado uno una
esposa buena? Uno ha hallado una cosa buena, y consigue buena voluntad de
Jehová” (Proverbios 18:22). Sí, en este caso también Jehová me ha
tratado recompensadoramente, pues Gretel ha sido una gran ayuda para mí de
muchísimas maneras.
El hermano Knorr... un hermano mayor
Mi
relación con el hermano Rutherford había sido como la de un hijo y un
padre amoroso. Pero entonces, puesto que el hermano Knorr era solo unos
meses mayor que yo, nuestra relación era más como la de hermanos... y el
mayor tendía a expresar impaciencia para con las faltas del menor. Gretel
tenía una actitud muy filosófica respecto a dichas diferencias. ‘¡Después
de todo -decía ella-, no ha de esperarse que un ejecutivo eficiente y
un músico muy romántico estén siempre de acuerdo!’ Pero para que no se
entienda mal este comentario, debo agregar que el hermano Knorr era mi
orador favorito. En cierta ocasión me llamó su sombra, pues yo siempre
aparecía donde él pronunciaba discursos. Además, a él le encantaba la música
tanto como a mí, y él volvió a introducir la música en nuestras
reuniones de congregación. Se interesó de manera genuina en la publicación
de cancioneros. (Efesios 5:18-20.)
En noviembre de 1974 fui invitado a ser miembro del Cuerpo
Gobernante de
los Testigos de Jehová. Esta invitación me dejó tan confundido que
necesité estímulo para aceptarla. Entre otras cosas, se me hizo notar que
se había invitado también a varias personas más. De hecho, se había
invitado a otras siete personas, lo cual aumentó la cantidad de miembros
del Cuerpo Gobernante en aquel entonces de 11 a 18 personas.
Quien
me dio estímulo para que aceptara esta última asignación fue Frederick W.
Franz, que en 1977 llegó a ser sucesor del hermano Knorr como presidente de
la Sociedad. Desde que llegué a Betel, me había sentido atraído a él
debido a su conocimiento bíblico y su disposición amigable. A principios
de mi servicio en Betel, solíamos asistir juntos a las reuniones de oración,
alabanza y testimonio alemanas. ..
En
años posteriores el hermano Franz, mi esposa y yo, junto con otras
personas, incluso A. D. Schroeder, visitamos las tierras bíblicas y varios
países de América del Sur, incluso Bolivia, donde Gretel había servido de
misionera por más de nueve años. El viajar con el hermano Franz
significaba invariablemente privilegios de servicio adicionales, pues él
insistía en compartir la plataforma con sus asociados. En años más
recientes hemos compartido privilegios en asambleas de Europa y América
Central. Cuando reflexiono sobre el asunto, me parece que el hermano Franz
siempre ha sido un factor equilibrante para mí. Por ejemplo, durante
nuestro viaje a las tierras bíblicas, cierto hermano de nuestro grupo se
metió en verdaderas dificultades con la policía por haber tomado fotografías
de cosas prohibidas, lo cual nos causó un retraso. Yo me indigné
intensamente, pero el hermano Franz simplemente sonrió y dijo: “Creo que
él está aprendiendo la lección”. ¡Y así fue! No cabe duda: Mi
asociación con el hermano Franz ha sido otro medio por el cual Jehová me
ha estado tratando recompensadoramente.
No todo ha sido “pan comido”
Debido
a las debilidades hereditarias y a mi carácter impulsivo, he tenido mi
porción de pruebas y tribulaciones en la vida, incluso una depresión
nerviosa después de haber estado sirviendo en Betel por nueve años......
Se pudiera añadir también que he tenido más accidentes que los que
pudiera esperar, como la fractura de la rótula de una pierna, la de varias
vértebras, y así por el estilo. Tanto mis propias faltas como las de otras
personas han impedido que mi vida sea “pan comido”. Pero con la ayuda de
Jehová he llegado a apreciar el hecho de que ‘si él lo permite, yo puedo
aguantarlo’, como indica 1 Corintios 10:13. También, ‘mientras menos
viva para gozar, más puedo dar’...
¿Tengo
razón para cantar a Jehová porque me ha tratado recompensadoramente? ¡Claro
que sí!
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